martes, 11 de noviembre de 2014

Libero Amalric, el escritor del paraguas y el sombrero por Eugenia Prado,



“¿Quién le robó el sombrero al profesor?” cuenta lo que pasa cuando la gente, quizás sin quererlo, cambia de sombrero, advierte su autor al inicio. Precisamente de eso se trata este libro… De lo que entra y sale del sombrero
Cambiar de sombrero sería como ponerse en los zapatos de otro, pero no con los pies sino con la cabeza. Pienso
Mi AP era especialista en contar cuentos, una profesión que se ha mantenido en el tiempo desde que un tal Adán enmarañó el primer cuento con una tal Eva, una mujer que le hizo morder una manzana para vengarse. (p. 15).
Digamos que la historia comienza así: en el único café de algún lugar llamado Amapolas, la ciudad de los sueños, un abuelo que tiene un caballo al que, por alguna razón, llamó Sócrates, le cuenta a su nieto el cuento de una mujer llamada Sara.
Vivía una niña muy linda que se llamaba Sara y que estaba por cumplir catorce años; con unos pequeños pechos de primavera, sus primeras reglas en orden y con unos padres que necesitaban dinero para solventar el resto de su crianza… los padres empezaban a buscar maridos para sus hijas desde el nacimiento, cuestión de asegurarse la suculenta dote que debían presentar los candidatos machos, si acaso querrían llevarse una hembra en buenas condiciones. (p. 16).
Así entramos en este particular universo de saberes y combinaciones. De pronto, pareciera estar sucediendo la humanidad completa, toda y a la vez, en la historia de Sara que como muchas otras mujeres en el mundo que por costumbre de alguna épocaen algún país lejano o cercano, son casadas o vendidas a un viejo verde que las maltrata, humilla y les hace la vida difícil. Sabemos que estas mismas cosas suceden en muchos lugares donde hay familias, como las de Sara, o que venden o negocian a sus hijas.
Justamente, lo atractivo en este libro, es que las mujeres (no todas) lejos de ser víctimas, tienen poder y fuerza para seguir adelante con sus vidas. Sara tiene la mala suerte de quedar un poco embarazada… un poco porque su embarazo dura muy poco y con un ayuda de la abuela, termina siendo viuda a temprana edad y dueña de una casa de coral… (p. 21).
Cuándo la fatalidad es recreada con ingenio o desde una óptica distinta, es posible imaginar finales felices. Muy pronto, el hijo del viejo verde aparecerá para reclamar su herencia, a lo que la abuela responderá con toda seguridad. –Por muy hijo de puta que usted pueda ser, esta casa pertenece a mi nieta, la viuda de aquel anciano que, por lo que veo, ha sido su padre… Solo que este país no es su país. Es mi país. Y en mi país la casa pertenece a la mujer. (p. 27).
Con La viuda alegre, se inicia esta serie de relatos que actúan como un tejido de finas hebras y que irán reconstruyendo el espejo roto de Roberto, un niño que a los seis meses de vida pierde a su madre, detenida, desaparecida en tiempos de la dictadura militar en Chile.
A medida que avanzo en la lectura, pienso que no es posible hablar de este libro sin pensar en magia, ilusionismo, o en un estado luminoso del ánimo o una forma de mirar como de sorpresa frente a los acontecimientos con que brilla el implacable ojo del abuelo y eje conductor de estos relatos.
Entramos en historias de la vida real. Historias tristes de personas sencillas y de mujeres que no llegan a salvarse. Pienso que también de eso se trata este libro, de hacer justicia a las historias, para percibirlas o entenderlas. Esta serie de relatos, unidos entre sí, son una invitación a cruzar mundos distantes y distintos, recorrer tiempos y espacios y, también, a no olvidar. Porque de eso se trata el escribir, de los tiempos y espacios de la escritura, o pensar con todos los hemisferios. Atreverse y entrar en la realidad y en el mundo de los sueños, y al mismo tiempo, conocer más de la vida, sus múltiples posibilidades o a mirar desde el otro lado de la vereda.
Me siento vagabundo, pero un vagabundo del universo entero. Si quieres, soy anarquista, porque no acepto ningún poder, pero, por otro lado, tengo un profundo respeto por la vida y por el universo. (p. 122).
De todo se va haciendo nuestro universo, de miserias y matanzas, también de historias sencillas, de amores que irán dejando huellas como estelas de luces o registros de cómo nos movemos.
Reconoceremos citas precisas, noticias que circulan en los medios y que benefician los manejos mediáticos. Así, el mundo de los poderosos se perpetúa, acumula y concentra el poder del capital y el dinero. Nos encontraremos con palabras o pequeñas frases que al nombrarlas nos conectan con elementos del mundo. Nombres propios, momentos históricos y lugares que complementarán nuestras ideas.
El mundo nos sucede según las costumbres, la cultura, el tiempo-espacio en que se habita. La historia es una suma de elementos, casualidades, perspectivas y muchas cosas más, la historia se hace de narrativas o de cuentos.
Bastaría con tomar en un pañuelo elementos humanos del mundo y sacudirlo, –pienso–y después del descalabro, imaginar un mundo más amable y amoroso, menos violento y brutal.
Navegamos por la lengua, el lenguaje, la cultura, un despliegue de creatividad, imágenes bellamente elaboradas, visuales muy reales, lo que pudiera implicar algunos inconvenientes, que se amplifiquen los sentidos o que la cabeza se llene de cosas y la lectura se interrumpa. Son los riesgos cuando se escribe abriendo puertas y ventanas, y ver cómo entrar o salir de la realidad, o simplemente flotar y perderse en ella porque la coherencia y la consistencia que nos propone el texto es apasionante.
A ratos poéticos, a ratos experimentales, los textos brillan con el talento y la firmeza de Líbero Amalric, de origen Belga, que después de viajar bastante, hablar 5 idiomas más el nuestro, ha decidido no escribir en la lengua dominante del primer mundo, ni como oriundo del campo de batalla de Europa, tampoco en ninguna de sus lenguas oficiales, sino en un castellano impecable y una estructura muy cuidada para instalarse como uno más entre nosotros. Entonces, magia. En algún lugar del tiempo y del espacio, la infancia con todos sus pliegues sigue viva. La locura creativa puede ser maravillosa y exuberante. Se puede situar una épica, una estética, una poética. En el inconsciente parecen estar las claves del desarme, desbaratarlo todo y quedarse o salir corriendo. Se puede ser un anarquista del decir, o un loco completamente saludable; es cosa de dejarse llevar por estas páginas desbordadas de imaginación y ver como letras y palabras bailan con un humor que anima y sorprende.
Sin evitar los filudos bordes, las historias atraviesan nombres, lugares físicos, simbólicos y zonas de poder. Israel, Estados Unidos; Bush, padre, hijo; Bin Laden y la CÍA se entrecruzan con Latinoamérica y la dictadura en Chile. Escribir es una estrategia. Las historias se escriben y comparten en comunidad. Nos asomamos buscando claves y acertijos. Ficción y realidad se funden y confunden con culturas y países que desfilan por estas páginas en que se mezclan las historias del mundo. Una escritura a ratos experimental, atravesada por descripciones, diálogos, definiciones y poemas, es este viaje al interior de los sueños, una invitación a ingresar o salir de la realidad, más allá del mundo de occidente, de católicos o protestantes a un Medio Oriente de sunitas y chiitas, fundamentalistas y moderados, por cartografías de otros mapas y economías políticas, estrategias de guerra o de sobrevivencia.
Conoceremos a los integrantes de la orquesta de los socialistas y a los de la orquesta de los católicos y a personajes importantes como el señor ministro o el alcalde. Acá los universos paralelos son posibles y el humor y la creatividad se amplifican como resistencia o como formas de contagio, la vuelta de tuerca que dignifica las historias sencillas y los personajes cotidianos.
Cruzaremos el cielo de los dioses anarquistas, aprenderemos de Roberto, profesor de matemáticas, propuestas concretas de organización popular para las tomas de terreno (p. 132) Conoceremos más sobre La Asamblea de la Alimentación que se organizó a fines de 1918… para hacer frente a la crisis económica, por el declive del salitre en el mercado mundial de la posguerra… un movimiento de la sociedad civil que pocas veces se reproducirá en la historia de Chile. (p. 206).
Hay mucho más de mil y una noches de cuentos y lenguas orales y escritas para narrar las culturas y los pueblos, relatos de resistencias; historias de paisajes cotidianos, o cosas que se dicen en las bocas de los mayores. Las historias siempre pueden ser más de una cosa, hacernos reír o llorar, imaginar, reciclar, para no perderse en los cuentos del mercado o de la guerra. Frente a la realidad más brutal, donde hasta el más cuerdo peligra, tomando un poco de acá y otro poco de allá, si consigues un sombrero adecuado, el mundo pudiera reorganizarse o renovarse algo, al menos adentro de la propia cabeza.
Se quita su sombrero blanco de Panamá y lo pone en la mesa, luego se saca su abrigo negro y lo cuelga en el vacío. Se sienta en una silla. (p. 79).
Escribir con libertad es una bendición del decir. Disparar a políticos corruptos, asesinos, en medio de perros que hablan y desiertos en que aparecen mujeres estruendosas, puede ser muy liberador. Realidad ficción, los cuentos son fragmentos de ojos que se esconden detrás de la cerradura para mirar la realidad y no perder el hilo o perdernos.
Entramos en el laberinto misterioso del no tiempo-espacio, que también podría ser el día del no cumpleaños, porque en medio de la nada, se producirán diálogos, que podrían parecerse al de la oruga y Alicia en el país de la maravillas, pero en el desierto.
Nadie sabe. Por momentos, las historias son tan locas que casi se atolondran los sentidos y no hay cómo oponer resistencia a tanta mixtura sugerente y cosa diversa. Pero aunque todo vaya poniéndose cada vez más alocado, no hay que perder la calma. Cuando ya no sabemos quién está contándonos la historia, si el abuelo, el profesor, o un hombre vestido de blanco en medio del desierto. Ni de dónde salen las hablas en esta escritura hecha a retazos, tan habitual como si existiera un tiempo de puertas abiertas y fuera posible experimentar o sumar los mundos paralelos.
Son estelas de información que irán quedando por partes, finalmente, nada está puesto al azar y cada elemento, por loco que parezca corresponde.
El convite es entonces es a jugar a las preguntas y descartes. A nombrar con el pensamiento. A dar y buscar pistas que nos lleven a entender mejor eso de las teorías tiempo-espacio de un universo flexible.
¿Cómo soñar? ¿En qué idioma? ¿Cómo se aproxima el habla cuándo es extranjera?
Cómo transitar la lengua, balbucear palabras o escribir en claves y acertijos cuando se vive cerca, al borde del peligro. El diccionario es metáfora y herramienta en las cosas por saber o del decir con que se cuentan las historias.
Pienso en posmoderno experimental, en materias y materiales mentales, culturales, encefálicos, en partes de lenguas, pronombres, pedazos de idiomas y al unir los cabos sueltos ya me siento una aventajada. Son atmósferas, pequeñas piezas, verse minúscula en un engranaje que es el mundo tan complejo y enorme.
Me siento aventajada, nunca viví la crueldad. Una extraña caravana avanza por el desierto. Y junto a la caravana avanzan los rumores. Dicen que en La Serena un músico ha sido torturado y ejecutado. (Pág. 73). La calle está vacía y lo está por razones de fuerza militar. (p. 125). Nunca viví el terror ni el encierro, ni perdí, la cuenta de los días y las noches cuando se pierde la memoria o la memoria te pierde a ti, y se que en este mismo momento, hay alguien que proyecta sueños en un campo vacío, o que quisiera estar del otro lado del escenario.
Querido tío, Mañana viene mi madre. Nos iremos en un bus a un lugar que se llama Amapolas. Dice que es muy lindo. Allí vive mi abuelo. Tiene un caballo que habla. El caballo se llama Sócrates. Dicen que el abuelo cuenta los cuentos del día siguiente. (p. 250).
Y con esto termino. No diré nada más. No contaré quién le robó el sombrero al profesor, ni hablaré del piquero de patas azules, tampoco diré nada de lo que le sucedió al notario, ni de las conclusiones de los doce analistas sentados alrededor de la mesa redonda en el bus del Transantiago, porque eso, bien pudiera ser parte de otro cuento… ¿o no?

Eugenia Prado Bassi, Ceibo Ediciones, octubre 2014.





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