miércoles, 26 de junio de 2013

Historia de Amor de Régis Jauffret por Dauno Tótoro


Régis Jauffret desembarca aquí hoy por partida doble. Con la traducción del francés al castellano llevada a cabo por Carlos González y María Inés Taulis, para la publicación de Historia de Amor de Ceibo Ediciones para América Latina, y con la primera función de la obra de Teatrocinema, adaptación del mismo texto, dirigida por Zagal. Consultado por un medio de prensa hace dos días, acerca de este desembarco el autor marsellés señaló que “no sabía nada acerca de esta impaciencia… hasta la fecha ninguno de mis textos había aparecido en lengua española. Estoy a la vez sorprendido y encantado”.
Con o sin impaciencia, lo cierto es que debemos alegrarnos, tanto la compañía como la editorial, por traer ante el público latinoamericano esta quinta novela del francés que ha recibido enorme atención en su país, galardonado con el prestigioso premio Diciembre.
A Jauffret le han cargado sus compatriotas con el descriptivo del “Bacon de los cerebros en ruinas”, pero él mismo reconoce su influencia en la obra de Virginia Woolf y la de Marcel Proust.
Sus novelas, e Historia de Amor no es la excepción, transitan en universos oscuros y tragicómicos; su escritura consiste en penetrar en la mente de sus personajes y en los trasfondos del alma humana, en los recovecos donde se esconden las pulsiones más aberrantes.
A veces, para apreciar en toda su dimensión un hecho, una opinión, un sentimiento, debemos situarnos en la vereda de enfrente, apartarnos hasta su antítesis. Y observar.
Desde la atalaya de palabras de Natalia Ginzburg, escritora italiana y voz irrenunciable en la narración de los horrores de la guerra, nos asomamos por la ventana que es su libro Las Pequeñas Virtudes. En su crónica titulada El Hijo del Hombre, Ginzburg dice: “… hay algo de lo que no nos curamos, y pasarán los años y no nos curaremos nunca. Aquellos de nosotros que hayan sido perseguidos, nunca volverán a tener paz. Un timbrazo nocturno no puede significar otra cosa que la palabra ‘policía’. Es inútil, jamás volveremos a ser gente serena. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros. Hemos conocido la realidad en su aspecto más tétrico. Ya no nos produce disgusto. Todavía hay quien se queja de que los escritores utilicen un lenguaje amargo y violento, de que cuenten cosas duras y tristes, de que presenten la realidad en sus términos más desolados. Nosotros no podemos mentir en los libros ni podemos mentir en ninguna de las cosas que hacemos. Acaso sea el único bien que nos ha traído la guerra. No mentir y no tolerar que nos mientan los demás. Los que son mayores que nosotros siguen muy enamorados de la mentira, de los velos y de las máscaras con que se cubre la realidad. No hay paz para el hijo del hombre. Ahora somos gente sin lágrimas”.
Si de algún modo Ginzburg fue una inclaudicable perseguidora de las virtudes del hijo del hombre, Jauffret lo es de las sombras de éste.  De sus defectos. 
Virtudes y defectos. Puestos en este transe, todo lo que yace en medio de ambos puede no ser tan gravitante. A final de cuentas, cuando nos recuerden en el futuro, si acaso alguien lo hace, no será por nuestras zonas intermedias, sino por nuestros límites. Claro está que hoy la insistencia de las costumbres nos incitan a bascular en un rango de baja angularidad, es decir, pendular únicamente entre las zonas de cosas medianamente buenas y cosas medianamente malas, o mediocres. Es decir, no dejar huella, no impactar. Es posible que ese tipo de personalidades o de ciudadanos sea fundamental para mantener un cierto equilibrio, una especie de masa buffer que engrose el promedio para evitar la esquizofrenia humana.
Pero hay otros que se transforman en personajes, queriéndolo o no, y marcan su pisada de modo más profundo, generan mayores niveles de impacto en otras vidas, tuercen los destinos de terceros, proponen, construyen, afectan, moldean, deforman a otros. Estos suelen ser, contrariamente al estereotipo de los vociferantes, apasionadamente meditabundos y creativamente certeros; toscos en los intermedios y agudos en los vértices; dúctiles en apariencia y fuera de todo cauce en su desembocadura; mansamente asequibles e impenetrables en sus soledades; sostienen una lucha sin cuartel entre el instinto y la razón, pero son más fieles a lo primero que a lo segundo, aunque las apariencias engañen.
En un vértice, las virtudes: las del bien común, altruistas, señeras. En el otro, los defectos: cuando son esquivos o retrucados o persiguen fines no transparentados. Pero tanto la virtud como el defecto, en este bascular, componen no un semicírculo (no se trata de Dr. Jekyll y Mister Hyde), no facetas antagónicas, sino que se constituyen en un continuo esférico, el círculo virtuoso-defectuoso. Negar a una o al otro es impedir que una fuerza virtuosa o defectuosa previa genere el empuje para oscilar el péndulo más allá de los ángulos del promedio. 
En Historia de Amor encontramos un relato intenso en el que el amor pierde su carga onírica y rosa para adoptar la más perversa de las máscaras; un encuentro furtivo y fortuito en que el cotidiano se pierde para siempre en los torbellinos de las más bajas pasiones; el deseo físico irrefrenable, la obsesión posesiva, el acto de dominación sin miramientos; la doble faz de un ciudadano anónimo y respetable que, al igual que cualquiera de nosotros, tiene el potencial de extraviarse en la búsqueda desquiciada de la sumisión. El triunfo de las pulsiones por sobre el razonamiento objetivo donde el silencio y la impunidad reinan en la tierra de los habitantes anónimos de las calles, ya sean las de París, Santiago o cualquier otra de nuestro planeta. En fin, una historia laberíntica que nos refiere al mundo actual y al pretérito; una tragedia urbana en la que dos seres son arrastrados por un destino inevitable y obsesivo que los hace, a pesar de todo, vivir su única y posible historia de amor.

Dauno Tótoro, Ceibo Ediciones

jueves, 20 de junio de 2013

Mar Negro de Ana Arzoumanian en la 10ª Conferencia Internacional sobre Genocidio. Universidad de Siena.


Locaciones: Toltén/Weichan en la ciudadinvisible.cl






Uno. Toltén es un pueblo que parece siempre estar en torno al silencio. Si está lloviendo o sus pocas calles están húmedas se completa el efecto, incluso cuando es día hábil y en torno a su plaza triangular se abren los comercios: Los almacenes donde venden desde ollas hasta queso de campo, la ropa americana con sus maquinitas chumbequeras, las botillerías y un hotel restaurant donde se juntan los hombres a tomar cerveza y ver los partidos del CDF. Frente a la plaza está también la iglesia del lugar que todos los domingos en la mañana, irradia la misa a través de algunos megáfonos colgados de los postes. En la calle principal de Toltén se estacionan camionetas y carretas tiradas por bueyes. Huele a leña, a queso y a grasa. Los hombres, en general vestidos de jeans, chaquetas de cuerina y jockey se paran en algunas esquinas y se saludan de vereda a vereda.
Toltén no es el mismo del pasado. Es decir, antes hubo otro Toltén. El Toltén del que se habla es el Nuevo. Del viejo solo quedan ruinas y una que otra casa de gente que nunca quiso marcharse. El viejo Toltén está a la orilla del río del mismo nombre, uno de los grandes cursos de agua de La Araucanía. Una tarde de mayo de 1960, minutos tras el terremoto, el río se devoró la tierra en oleadas sucesivas, llevando árboles, animales, carretas, botes y muy probablemente cuerpos de pescadores así como de sus mujeres e hijos de la caleta La Barra, que está ubicada en la desembocadura del Toltén. A diferencia del pueblo, la caleta sigue allí. Pequeña y orgullosa. Dicen que el mar entró hasta cuando cayó la noche. El mar se va a armar, gritaban los viejos mientras corrían. Ese fue el cataclismo que hizo sucumbir la Vieja Toltén. Cuentan, cuentan, cuentan.
Dos. Salimos del pueblo por la carretera que conecta este último bucle de la La Araucanía con la región de Los Ríos. Mientras avanzamos hacia el sur, los nombres de los lugares indican que estamos en territorio mapuche-lafkenche. Boroa, Cayulfe, Puchilco, Pirén…. En estos lugares del sur chileno los nombres son poderosos, y expresan más de lo que significan. Cada sitio es una locación donde pareciera que los hechos están anudados por una causa. Este Boroa, por ejemplo, es para los mapuche Forrowe, según cuenta el werkén (mensajero) Alfredo Caniullán y se traduce como Lugar de Huesos. Hace poco más de un siglo, cuando las tropas chilenas penetraron a la zona, en lo que escolarmente se denomina la Pacificación de la Araucanía aunque más bien fue la conquista a sangre y fuego de las tierras mapuche, cometieron una masacre contra las comunidades del sector, dejando los cuerpos muertos pudrirse y secarse a la intemperie. Este hecho fue olvidado por la vergüenza que causaba al ejército chileno, remata Caniullán. Muchos símbolos residen como secretos en este lafkenmapu del río Toltén.
Tres. Volvemos al camino… Tierra de suaves lomajes y pequeñas planicies, cortado aquí y allá por el río Queule. Cayulfe, por ejemplo, significa 9 hilos, en alusión a este paisaje desmembrado, donde en cada pedazo de tierra se divisan las hijuelas y las pequeñas casas de madera de los campesinos mapuche, con sus animales y siembras de papas en medio del silencio.
Acá está Puerto Boldo, cuya denominación contrasta con la imagen de una minúscula cantidad de viviendas a la orilla de un riachuelo. Este cronista pregunta dónde están las instalaciones portuarias. Le dicen que el puerto dejó de funcionar cuando construyeron el camino que conectaba la cercana caleta Queule con Toltén y, por ende, con Freire, Pitrufquén y Temuco. Cuando no había camino, cuentan, todo se trasladaba a través de estos ríos o del mismo Toltén. Desde Queule se llevaba sierra, corvina y congrio a los pueblos grandes valle adentro. Los comerciantes esperaban a los pescadores en Puerto Boldo, allí trocaban el pescado por verduras, frutas y utensilios.
Cuatro. Poco antes de llegar Queule, se interrumpe la calzada. La pista tiene un paréntesis de un centenar de metros. El vehículo salta sobre el ripio. De súbito es como si hubiéramos entrado a uno de los innumerables caminos rurales que se allegan a la autopista pero no… Se trata de una mujer mapuche, vecina a la carretera, que al construirse esta, hace algunos años, se negó a que en ese punto, donde su predio era cortado por la cinta oscura de la conectividad, esta fuera de asfalto. El estado expropió el pedazo de tierra pero debió negociar ese detalle con la propietaria. Me dicen que el apellido de esa mujer es Weichan, lo que en mapudungun significa Luchador. Símbolos.
Cinco. Una de las reflexiones que me deja la lectura de “Weichan”, el libro que registra las conversaciones entre Héctor Llaitul y Jorge Arrate es que la lucha mapuche, aquella que va más allá de la recuperación de las tierras usurpadas, y que busca la autodeterminación y el control sobre un territorio, es que precisamente pone en cuestión la noción de estado-nación llamado Chile, pretendidamente homogéneo y, por ende, racista, al negar en los hechos la existencia de los pueblos originarios dentro de sus fronteras. Esa negación no sólo es la falta de reconocimiento constitucional por parte de los gobiernos de turno desde 1990 a la fecha. Es una historia de despojo y dominación que se actualiza constantemente… Es en la criminalización y represión de las movilizaciones por tierras; son los emprendimientos energéticos, forestales, industriales y mineros en tierras indígenas, donde el estado se pone de lado de la empresa privada sin ningún disimulo; o la reciente Ley de Pesca, donde los pueblos originarios no fueron consultados, pese a que el estado chileno (sólo) en 2008 había firmado el Convenio 169 de la OIT sobre derechos de las poblaciones indígenas. De no transformarse esta matriz de abuso, predeciblemente lo anterior se reiterará con el proyecto de ley de carretera eléctrica o el de borde costero. Una y otra vez. O hasta ahora.
Seis. Hagamos un ejercicio de imaginación. Supongamos que desde la ribera sur del Bio Bío hasta Chiloé, existe, en algún momento de un futuro cercano, un Territorio Autónomo Mapuche, un Wallmapu, por lo menos a este lado de la cordillera. Imaginemos… Una entidad territorial asociada a la república de Chile con un gobierno autónomo, del modo que los mapuche lo decidan, con soberanía para decidir sobre sus espacios naturales y el uso que les darán; con un sistema de administración de justicia propio; así como un sistema educativo. ¿Será posible? Al final de su libro “Historia de un conflicto. El estado y el pueblo mapuche en el siglo XX”, José Bengoa se refiere al caso de Groenlandia, el gigantesco territorio autónomo, de los Inuit, vinculado a Dinamarca. “No hay en la historia humana ningún pueblo que tenga conciencia de ser pueblo y que renuncie a su capacidad de autogobernarse, de decidir cuáles son sus prioridades, de determinar sus propias necesidades y emplear sus propios medios para hacerlo”, señala Bengoa.
Tal como esa mujer Weichan que interrumpió la carretera que pasaba por su tierra; o la lucha de Llaitul, de los Pichún, en Temulemu; del parlamento Koz Koz, en Neltume, o de Boris Hualme en la zona lafkenche, la lucha del pueblo mapuche es una pregunta que incomoda a Chile, y a los mestizos que seguramente llevamos sangre mapuche, y que formamos parte de esta sociedad. Cómo desarmar esa noción de estado-nación construido por la oligarquía chilena, en el siglo XIX, haciendo una mala copia de lo que veía en Europa. Cómo reconocernos más complejos de lo que creemos. Y que si es más complejo habrá que escuchar, observar y reflexionar mucho más, para desmontar nuestras propias trampas. Cómo refundar una sociedad a la que se le cae el decorado con el que se pensó que se podía mantener por siglos. Qué debe transformarse en Chile para que el pueblo-nación mapuche alcance esa autonomía. Qué deben hacer los chilenos y chilenas para lograr transformaciones de esa envergadura para su propio territorio.
Tarde o temprano, la sociedad chilena deberá hacerse cargo de lo que significa en su complejidad la demanda mapuche.

http://www.ciudadinvisible.cl/2013/06/locaciones-toltenweichan/

domingo, 9 de junio de 2013







¡¡Se agotó la primera edición del libro: 
Autonomía: Movimiento Mapuche de Resistencia!!
Gracias a tod@s por comprarlo. Me compraré un par de completos con los 18 millones que me tocan.
Ah, ya está en la imprenta la segunda edición; 
compren otro y lo regalan pal día del papá o del hijo o pal 18 o la pascua. 
Gracias de nuevo.